En 2016 se cumple el 150 aniversario del fallecimiento de Juan Manuel Besnes e Irigoyen, figura fundamental de nuestro siglo XIX. De origen vasco, natural de San Sebastián, donde nació en 1789, y afincado en Montevideo desde la dominación española, constituye un singular caso de personalidad polifacética, al punto que podemos considerarlo el principal documentador en imágenes de la historia, la sociedad y el desarrollo urbano del período 1820-1865. Calígrafo, dibujante, acuarelista y pintor, litógrafo, funcionario público, dejó un valiosísimo conjunto de obras: vistas de ciudades y poblados del interior, retratos, escenas costumbristas, episodios históricos, alegorías, páginas con dedicatorias y álbumes en los que consignó sus experiencias con distintas técnicas, además de amenas reflexiones. Al haber actuado siempre como testigo directo de lo que traspuso al papel y a la tela, podemos considerarlo un precursor local de los reporteros gráficos, ya que trabajó incluso para medios de prensa. En 1844-1845 realizó las ilustraciones para El Telégrafo de la Línea, semanario de guerra y del ejército (1), las que fueron litografiadas por el italiano Erminio Bettinotti.
Buena parte de su obra conservada se encuentra en el Museo Histórico Nacional, gracias a las donaciones de particulares y a las políticas de adquisición de las sucesivas direcciones del museo y de diversas instituciones estatales. Para abordarla desde una nueva perspectiva, el museo ha conformado un equipo de trabajo interdisciplinario que está llevando adelante la curaduría sobre esta obra, con el fin de presentarla al público en una exposición monográfica dedicada a este artista.
Como ejemplo de su trabajo, de su capacidad de observación y de lo minucioso de sus obras, presentamos la acuarela titulada "Vista de oeste de la ciudad de Montevideo sacada del mirador de la casa de Dn. Juan Ma. Perez 1848".
Esta obra integra una serie de siete acuarelas de medidas muy similares y que siguen el mismo esquema, la imagen y la leyenda escrita bajo las líneas negras del borde inferior. Realizadas en 1848 constituyen un conjunto que nos muestra el aspecto de Montevideo durante el período del sitio, de 1843 a 1851, una ciudad a la que la Guerra Grande alcanzó en un intenso proceso de ampliación y transformación. Besnes captó la dinámica urbana, el movimiento cotidiano, la coexistencia entre el legado material del período colonial con las nuevas propuestas urbanísticas, detenidas muchas veces por la situación bélica.
Estas acuarelas, como sucede con toda la obra de Besnes, deben observarse con cuidadosa atención, ya que contienen una gran cantidad de detalles que permiten apreciar distintos aspectos de la realidad de la época: la traza urbana, los oficios, el peso del comercio y de lo militar en el contexto de la guerra. Constituyen, sin dudas, uno de los documentos iconográficos más importantes y ricos en información para ese período, mostrando a la vez el ingenio y la habilidad del artista para captar su mundo circundante, hacerlo con mirada incisiva, e incluyendo guiños costumbristas o referencias a personas conocidas.
Por sus características de formato y por su datación, se trata de obras realizadas conjuntamente, aunque desconocemos a la fecha si formaban parte de un álbum -algo habitual en la forma de trabajo de Besnes-. Llama la atención que algunas de ellas estén barnizadas, lo que ha contribuido a su coloración amarillenta, pudiendo este dato indicar que posiblemente se trataba de "cuadros". La serie fue adquirida por el museo en el año 1915 a Bernabé Bauzá.
Estas acuarelas han sido utilizadas en repetidas oportunidades para ilustrar publicaciones sobre la historia, la sociedad y la economía local, y algunas de ellas, “Vista del muelle viejo y bóvedas”, “Vista del oeste de la ciudad de Montevideo”, “Vista de los muelles de Parry y Gowland” y “Barraca y muelles del Sr. Lafone”, participaron en la exposición organizada en 1987 por el Museo Nacional de Artes Visuales, titulada “Raíces hispánicas del arte uruguayo”.
En esta serie se encuentran dos acuarelas tomadas desde el denominado “mirador de Juan María Pérez”, ubicado en un edificio sobre el que dimos referencias en el último texto publicado en la página del Museo Histórico Nacional, Sección Restauración y Conservación, titulado "La puerta de la Ciudadela" por Jean Léon Pallière. Las torres miradores, heredadas de los modelos gaditanos, fueron características de la ciudad de Montevideo, y pese a las demoliciones y a la transformación urbana todavía subsisten varias, algunas en pésimo estado de conservación, o bien, ocultas entre las edificaciones más modernas y de mayor altura. Estas torres, originalmente de finalidad defensiva, adquirieron en Montevideo, en tanto que ciudad puerto, importancia para los comerciantes, al permitirles detectar la llegada de barcos con las mercaderías que les remitían. Eran de utilidad también en caso de avizorarse navíos en peligro de naufragio y, en una sociedad que se envolvió repetidas veces en guerras civiles, constituían puntos privilegiados para descubrir la llegada de tropas enemigas a las proximidades de la ciudad. Finalmente, no puede desconocerse el valor que tuvieron para los artistas y poetas, entre ellos el mismo Besnes, como puntos de vista privilegiados en la captación de “panoramas” y paisajes, y para la contemplación, en el marco del movimiento romántico, para el cual la naturaleza, los reflejos de la luz en el agua del estuario, o los efectos de luz lunar entre las nubes, constituían elementos sensibles. El viajero sueco Carlos Eduardo Bladh, quien visitó la ciudad en 1830 y 1831, dejó un testimonio elocuente sobre el uso de miradores y azoteas:
Las familias se reúnen en sus azoteas, nombre que ellos dan a las terrazas que se hallan sobre los techos de las casas, y allí toman té, limonada o ponche, y tienen sus tertulias, sus conciertos y, a veces, hasta bailan. Aquí se respira aire más puro, y uno siente como se expanden los pulmones. Incluso hallándose sólo se siente uno feliz, ya que se está en compañía de la pureza de la atmósfera, de las grandes estrellas que titilan en la hermosa bóveda del celeste cielo, y, a veces, del maravilloso claro de luna que, dicho en breves palabras, produce una corriente diamantina sobre la superficie del mar desde el punto en que uno contempla el infinito. Pero si uno desea conversar, los vecinos más próximos siempre le brindan la oportunidad más agradable: sólo es necesario acercarse o pasar la portezuela o el largo muro que separa estas azoteas, para de inmediato hallarse en compañía, y siempre es uno bienvenido.
Sobre estas azoteas están construidos los mencionados miradores. Son pequeñas casas que pueden contener en la parte inferior una o dos habitaciones en las cuales hay sillas, sofá y mesas. Desde una de las paredes arranca una pequeña escalera hacia el techo de estos pequeños edificios y desde allí, mediante un catalejo se puede descubrir la llegada y la salida de los barcos. Todas las mañanas se ven estos miradores ocupados por curiosos espectadores… (2)
Tomada en dirección suroeste, esta acuarela muestra el aspecto que presentaba la parte sur de la ciudad, y el estuario, con varios buques, algunos con las velas desplegadas, que se dirigen hacia la bahía o salen de ella. Observando con una lupa pueden distinguirse sus distintas banderas, entre ellas la francesa.
La línea baja del horizonte permitió a Besnes realizar un estudio de nubes, con sus gradaciones cromáticas, rescatando la llamativa amplitud del cielo de la región platense. El estudio de efectos lumínicos despertó su interés, al punto que consignó en algunos de sus álbumes sus observaciones y experiencias. En uno de ellos, conservado en Montevideo, en la Biblioteca Nacional, podemos leer: "Se salpica un papel con los colores que se quiera y se comprime al [momento] sobre el dibujado. Me parece que las nuves [sic] por este método, deben salir bien y después dando una capa gral [sic] al orizonte [sic] debe quedar buen cielo." (3)
Esta vista nos muestra importantes edificios de la ciudad, destacando, hacia la derecha la mole de la catedral, con sus torres ya construidas pero con el frente sin revocar. La primera fachada ornamentada sería finalizada en 1859. Sobre el frontón curvo que corona el pórtico, vemos una estructura utilizada para la vigilancia de la ciudad. Se trata de las oficinas del "vigía". Si bien el punto más alto eran los campanarios, desde los cuales podía avistarse a los enemigos, la estructura del semáforo de señales se ubicó sobre la bóveda y el frontón. De acuerdo a la documentación conservada se trataría de una estructura construida hacia 1812, en tiempos de la revolución, modernizada en 1827. Es visible en distintas estampas y acuarelas de la década de 1830.
En 1843 "…el Comando de la Plaza dispuso que esta Vigía, además de los objetos a que estaba destinada, observara todos los movimientos de la Escuadra enemiga, bien con todas ó una de sus embarcaciones. Debía observar muy especialmente si se perseguía algún barco mercante de carga, para dar parte de inmediato al Estado Mayor." (4). Asimismo se instaló allí el telégrafo (5). A la izquierda con una clara deficiencia perspectiva, aparece el exterior de la bóveda de la nave. Debe tenerse en cuenta que Besnes no recibió formación profesional como artista, excepto en el campo de la litografía. Como el mismo hace decir a algunas de sus obras "[me] debo a la afición [sic] en Montevideo” (6). Se trata de una cuidada y preciosa imagen de nuestro principal edificio religioso.
También hacia la derecha puede verse, trabajado en tonos de gris azulado, el lateral del edificio del Cabildo, sede entonces de las Cámaras Legislativas, en cuyo honor, en 1843, la nomenclatura del Jefe Político Andrés Lamas, denominó “Cámaras” a la calle que pasaba por su frente, hoy conocida como Juan Carlos Gómez. A través de la medianera posterior son visibles las arquerías de uno de los patios interiores. Sobre la fachada del edificio aparece izada la bandera nacional.
Entre la Catedral y el Cabildo vemos el espacio de la plaza, llamada de la Constitución, en homenaje a nuestra primera carta constitucional, jurada allí -acontecimiento documentado también por Besnes- por la que circulan varias personas. Detrás, a la derecha, el cerro y la bahía en la que se encuentran anclados varios navíos.
Podemos ver que en esta ciudad coexistían los techos de azotea “a la porteña” con los tejados inclinados, apiñados en un sector hacia la izquierda de la imagen. Se trata de casas de inquilinato para sectores populares, denominadas "cuartos", una construida con madera, antecesoras de los conventillos. Dada la gran cantidad de ropa colgada que se ve en dos de ellas, podemos considerar que vivían allí varias familias.
Próximo a estas construcciones, un espacio cercado por una tapia contiene un aserradero o barraca, con numerosos tablones, apilados también junto a la pared de una edificación derruida. En el centro del patio, sobre dos caballetes, una gran viga espera ser cortada, para lo cual ya se encuentra parado sobre ella uno de los trabajadores. En este sector encontramos tres elementos relevantes. El primero es el denominado “Templo Inglés”, construido por el arquitecto Antonio Paullier en 1844 sobre el “Cubo del Sur”, resto de las piezas defensivas de la ciudad colonial. Aunque incorporó un pórtico clásico tetrástilo de orden próximo al dórico, tenía su connotación militar, al incluir dos pequeñas torres almenadas sobre la fachada posterior, de cara al estuario. Este templo fue promovido en 1840 por los cónsules de Suecia, Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica, ya que no había en la ciudad lugares para el culto protestante. Samuel Lafone, comerciante de origen inglés, obtuvo la licencia para la construcción en 1843. Lafone estaba interesado en difundir el protestantismo y evitar a partícipes del culto los problemas que él padeció por la intolerancia religiosa: al contraer matrimonio en forma secreta de acuerdo al rito protestante en Buenos Aires con María Quevedo, de familia católica, fue obligado a pagar una multa y a abandonar la ciudad.
Delante del "Templo Inglés" se encuentran los restos del “Parque de Artillería”, que formaba parte de las líneas defensivas coloniales de Montevideo por la parte de tierra. Allí se había instalado el fundidor vasco Ignacio Garragorry, quien se ocupó de fundir los cañones durante la Guerra Grande, como director de la "fundición del Parque de Artillería". Posteriormente, en la década de 1860, Garragorry se ocuparía de interesantes trabajos de fundición artística, destacando las grandes portadas para la Rotonda del Cementerio Central y la "estatua de la Libertad", primera fundición escultórica del país, a partir del modelo en yeso del artista José Livi.
En primer plano, en el ángulo inferior izquierdo, aparecen las obras del Teatro Solís, con sus paredes de ladrillo a medio edificar. A su lado, y hacia el mar se prolongan las calles, todavía sin pavimentar.
Esta instantánea urbana, debida a los pinceles de Besnes constituye un documento fundamental para conocer cómo era una parte de Montevideo a mediados del siglo XIX. Esta acuarela, con otra gran cantidad de obras podrá verse en la exposición.
Texto realizado por el Lic. Ernesto Beretta García
Equipo de restauración y conservación: Lic. Adriana Clavelli, Mirtha Cazet y Lic. Ernesto Beretta García.
(1) Para una historia de la prensa ver Zinny, Antonio, Historia de la prensa periódica de la República Oriental del Uruguay, 1807-1852, Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1883. También Fernández y Medina, Benjamín, La imprenta y la prensa en el Uruguay desde 1807 á 1900, Montevideo, Dornaleche y Reyes, 1900, y Álvarez Ferretjans, Daniel, Desde la Estrella del Sur a Internet, Historia de la prensa en el Uruguay, Montevideo, Fin de Siglo, 2008.
(2) Bladh, Carlos, Viaje a Montevideo y Buenos Aires y descripción del Río de la Plata y las Provincias unidas del mismo nombre, el Paraguay, las Misiones y la República Oriental del Uruguay o Cisplatina, Estocolmo, Impreso por L. J. Hierta, 1839. Fue publicado como “El Uruguay de 1831 a través del viajero sueco Carlos Eduardo Bladh”, en Revista Histórica publicación del Museo Histórico Nacional, Año LXIV (2ª época), Tomo XLI, nos. 121-123, Montevideo, Impresora Uruguaya Colombino, 1970, pp.717-718.
(3) Besnes e Irigoyen, Juan Manuel, "Álbum", p. 52. Montevideo, Biblioteca Nacional, edición en CD, Obra de Besnes e Irigoyen en Biblioteca Nacional, Cd 2.
(4) Para más detalles ver Furlong, Guillermo, "La catedral de Montevideo (1724-1930)", en Revista de la Sociedad "Amigos de la Arqueología" Tomo VI, Montevideo, 1932, pp. 5-181, y específicamente sobre la torre del vigía, pp.100-104.
(5) Ibídem, p. 102.
(6) Frase inscripta en un gran trabajo caligráfico con 350 tipos de letras, conservado en el Museo Histórico Nacional, en proceso de restauración para esta exposición.